Tres películas, tres razones de mi vida:
1. The Bridges of Madison County: El tipo de amor que quisiera vivir. No lo digo porque deseo malograrme en el amor, sino por la intesidad con que los personajes se enamoran uno del otro, la misma intesidad que lleva a Clint Eastwood a exclamar: "this kind of certainty comes but once in a lifetime". La entrega de ambos es extraordinaria, directa y sin parpadeos. Desde el momento en que se conocen caen en cuenta en la razón de sus existencias: encontrarse, amarse y eso valida el haber nacido. Lo más bello, como dice Meryl Streep, es que tienen que sacrificar el seguir juntos para que ese amor dure para siempre, más y más fuerte con el paso del tiempo. Se trata de dos seres que aman con todas y cada una de las fibras del alma, es inevitable el arrastre existencial que los fulmina para siempre. Eso quiero yo. Amar de esa manera y ser amado con igual impacto. Quiero sentir, darme, volcar entero mi corazón y que eso produzca el mayor de los logros de mi vida. También necesito ser comprendido, admirado y deseado, tanto como yo lo haga. Sé que algún día encontraré todo eso. Sé que Dios me lo tiene preparado, a mi manera. Lo espero, lo esperaré siempre.
2. The Fabulous Baker Boys: Mi gran vínculo con el pasado. Con lo que fui y lo que soy, lo que nunca dejaré de ser. La vi en un cine a un costado de Champs-Elysées en 1990. El año que me marcó. Tenía 14 años y cada fin de semana me refugiaba en los cines parisinos para no acordarme de lo mucho que extrañaba a mis papás y a mi ciudad. Tanto lo hice que el cine se convirtió en una necesidad apremiante cada sábado que salía a las calles de París a disfrutar el pequeño fin de semana que nos otorgaban los reglamentos del internado. Era un muchacho triste, siempre con aparente alegría, pero en el fondo sintiéndome incomprendido y diferente a todos. Y descubrí el cine, a Michelle Pfeiffer sobre un piano, descubrí una magia, un mundo paralelo (de fantasía) en donde yo podía caber. Cuando Michelle cantó "Can't Take My Eyes Off You" nací por segunda vez y me transporté a esa otra realidad que no sabía que existía, pero que, sin duda, era la mía. Me llené de ganas de vivir (al menos en el mundo nocturno y bohemio de Seattle al pie de los pianos y las vidas deambulantes de Jeff y Beau Bridges) y supe que todo había cambiado para siempre. El juego de personajes y estilo narrativo de esta película fue y es lo que siempre he querido hacer yo mismo. Es la misma sensibilidad, aquella que me permea el corazón. Esta película me salvó... o quizás también me perdió en esta ansia que tengo y que siempre me perseguirá por encontrar y/o crear ese mundo alterno en donde pueda ser feliz.
3. En este renglón pueden caber varias... empecemos por esta y en otro blog podremos explayarnos con otras:
Ordinary People: ¿Qué más decir que Timothy Hutton soy yo? La culpa, la falta del impulso para seguir viviendo, la incomprensión, las ganas de ser querido y lo complicado del tejido familiar en donde a uno le tocó vivir. Mi mamá no se parece en nada a Mary Tyler More (es más, es todo lo contrario), pero Robert Redford orquestó tan bellamente la tragedia de lo que se vive cuando uno se siente marginado emocional y socialmente que no me queda más que desmoronarme cada vez que lo atestiguo en pantalla. Me identifico con ese personaje tanto que me duele. ¿Algún día podré salir adelante como lo hace Timothy al final de la película? ¿Algún día podré comprender que sí valgo y valgo mucho? Quiero pensar que sí porque francamente no tengo dinero para pagarme consultas psiquiátricas con un sabio judío ni tampoco el tiempo para continuar rompiéndome entre las olas de un mar de infelicidad.
Vamos, yo puedo.