Subo al tren descarrilado camino a la chingada. Traigo la sangre caliente.

Thursday, October 28, 2004

Ese Hombre

Ocurrió un sábado a mediodía, justo antes de la comida familiar, en casa de mis abuelos maternos. Debí haber tenido tres o cuatro años. Sobre una pared, en lo alto, colgaban fotografías de todos los nietos. Yo las observaba, solo, cuando se acercó mi papá. Con su dedo apuntó hacia mi retrato y soltó una carcajada. Luego me preguntó: “¿quién es ése con cara de animal?” A esa edad, en ese momento, hubiera sido lo mismo sentir el fregadazo de la palma de su mano contra un lado de mi cara. Con esta pregunta, mi papá exigía que yo mismo admitiera que la atroz descripción que él había inferido de mi retrato constituía una verdad. Me estaba orillando a exclamar: “soy yo.” Pero ése no era yo. No el que mi padre había construido en su boca. ¿Por qué buscaba imponerme una identidad errónea de la cual él mismo se burlaba?

Lloré. Lloré mucho. No comprendí la falta de sensibilidad en su trato, no comprendí su juego burdo. Comprendí que mi padre ordenaba, violentaba, exprimía. Comprendí que nuestras naturalezas no eran las mismas. Y quizás fue así que empecé a comprender quién era yo. Su figura se ensombreció ante mi: de ahí en adelante, me aseguraría en hacer lo que fuera por no ser como él. Qué diferencia a mi madre, él tan tosco en su modo y emociones. Sus carcajadas me revelaron por primera vez lo ajeno de este hombre. Mi enemigo o todos mis enemigos.